domingo, 21 de septiembre de 2008

Edith


¿Quieren saber algo gracioso? Acabo de descubrir que no importa cuántos años llegues a cumplir porque la vida termina exactamente a los sesenta. Cumples sesenta años y estás acabada: eres oficialmente vieja.... O eso es lo que piensan mis hijos..
Tengo sesenta y un años y, desde el año pasado, están intentando que me retire de todo y dedique mi tiempo libre a hacer punto y ver culebrones. Ya sé que soy mayor y que no puedo llevar un ritmo de vida demasiado frenético, pero no estoy muerta. ¿O sí?
Todavía me siento con fuerzas para llevar mi tienda de artículos de regalo, ir a tomar café con mis amigas o salir con mi coche de compras al centro.
Tengo tres hijos: 2 chicos y una chica. Roger, Amanda y James.
Todos casados, con hijos y una vida tranquila. Cuando eran pequeños, apenas conseguía que se pusieran de acuerdo en nada, pero...
Al parecer, han celebrado una especie de reunión familiar (de la que me excluyeron deliberadamente) y decidieron lo que debía ser mi vida de ahora en adelante.
Según su propuesta, yo debía quedarme en casa, tranquila y relajada y aprovechar estos años dorados para descansar y cuidarme. Es cierto que estos meses atrás he estado un poco pachucha, pero sólo son achaques: colesterol, dolores musculares... Nada de importancia. Soy fuerte.
Lo que más me duele es que es mi hija la que parece llevar la voz cantante en todo este asunto. Además ni siquiera se molesta en darme unas excusas minimamente plausibles. No, me sueltas cosas como "Es lo que todos hacen" o "la madre de tal amiga dice que es ahora cuando verdaderamente disfruta de la vida".

¿Sabéis lo que pienso? Pues... Que están buscando una canguro. Soy lo suficiente mayor como para equivocarme para dar el cambio en la tienda, pero aún sirvo para tener a mi cargo a mis nietos. Si en algun momento pensase que mis hijos necesitan el dinero que gastan en la canguro para otras cosas, no dudaría. Pero los tres pueden permitírselo. Adoro a mis nietos y no me importa que vengan a pasar el fin de semana, pero también necesito trabajar y salir a dar una vuelta.

Mucho me temo que mi rebeldía va a provocar una crisis familiar: Tal vez se "rebelen" ellos y no vengan a cenar esta noche.
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Sí que vinieron. Mis hijos varones no se perderían una de mis comidas, aunque la diese en el mismo infierno, y mi hija noo perderá la oportunidad de hacer de mi madre una vez más.
Durante la cena nadie mencionó nada acerca del tema y sentí feliz de que hubiesen olvidado el asunto durante sólo unas horas. Apenas estaba sirviendo el café cuando Amanda abrió fuego.

-Mamá, hemos pensado que deberías venirte a vivir con nosotros. Una temporada con cada uno.
-¿Por qué iba a hacer algo así? -dije, entregándole su taza.- Ya tengo casa.
-Pero es muy grande para tí, mamá -siguió James.- Estás algo mayor para encargarte de esta casa tú sola.
-Tengo a Myra -contesté.
-Ese es un gasto innecesario, madre.
-¿Tú crees, Roger? Puedo valerme por mí misma, puedo pagarlo... Yo no veo el problema. Creo que te equivocas.
-Es que podrías estar mucho mejor con cualquiera de nosotros -continuó Amanda- y no tendrías que preocuparte por nada.
-Me gusta mi vida tal y como está. Gracias.

Me senté y los observé. Se miraban unos a otros, como si tuviesen algo qué decir y ninguno se atreviese.
-¿Alguien va a contarme a qué viene todo esto o no? -pregunté.
-Hemos estado hablando y... -comenzó Roger.
-Roger, no... Sigo pensando que... -lo interrumpió James.
-¡Calla! -le gritó a su hermano.- Queremos que vendas el piso, madre.
-¿Disculpa? -repliqué.
-Mis hermanos y yo necesitamos el dinero de la herencia.
-¿Qué? -repetí un par de veces antes de continuar.- Vuestro padre os entregó tres mil dólares a cada uno antes de morir. ¿De verdad me estáis pidiendo que reparta mi herencia aún estando viva?
-¡Entiéndelo, mamá! Ahora tenemos oportunidad de disfrutarlo. Puede que no sea posible cuando... -Amanda se interrumpió al codazo de James.
-¡Oh! Discúlpame por estar sana y no convertirme en una vieja decrépita, enferma y arrugada al borde de la muerte.

Aquello clamaba al cielo y, desde luego, es lo último que cualquier madre desea oír de sus hijos. Me hicieron sentir tan mal que los eché de casa sin contemplaciones... ¿Qué era yo, un cheque al portador? Querían vender mi casa, la casa en la que se habían criado, la que compartí con su padre durante cuarenta años para... para disfrutar de...

¡¡NO!! Se habían equivocado. Yo no estaba llegando al final de mi vida, no estaba acabada y no iba a permitir bajo ningún concepto que nadie me hiciese creer lo contrario. Y eso incluía a mis hijos. Aún no sabía cómo pero iba a demostrarles que yo soy algo más que esa mujer de pelo canoso que ahora menosprecian. Una vez, no hace mucho, yo lo signifiqué todo para ellos: les eduqué, les dí cariño, les cuidé cuando estaban enfermos... Sin embargo, ahora no era más que un estorbo en sus vidas. Gracias a Dios, podía valerme por mí misma o a estas alturas estaría en un asilo.

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Semanas más tarde de aquella reveladora reunión, mis hijos intentaron explicarme de nuevo su punto de vista. No lo hicieron mucho mejor que la primera vez y sólo consiguieron que me enfadase aún más. Esta vez no los eché de casa. No dije una sola palabra. El periódico me dió la respuesta.

El director de "Escuelas sin Fronteras" visita el país en busca de recursos económicos y humanos para su nuevo proyecto en Ecuador., leí en el periódico.
¿Recursos económicos y humanos?, pensé. Sonaba muy tentador. Tal vez mi herencia estaría en buenas manos... Aunque pagaría por ver la cara de Roger, cuando llegase el momento, yo no podría disfrutarlo.
Sin embargo, yo era una persona ágil, sin graves problemas médicos y podría decirse que culta. Tal vez,y sólo tal vez, este personaje tuviese un sitio para mí en su organización

Fui a informarme aquella misma mañana. Tenía que pasar una revisión médica, me limitarían el tiempo de cooperancia por razones de edad y rellenar todo el papeleo... Pero resultó mucho más fácil de lo que había esperado.

No dije una palabra, nada, hasta mes y medio más tarde. Fue entonces cuando reuní a mis tres hijos en casa para comunicarles la noticia.
-Éstas son las llaves de mi coche, Roger -dije entregándole las llaves.- Puedes utilizarlo cuando quieras. A cambio sólo necesito que lo lleves a la revisión dentro de una semana.

A continuación me acerqué a James, mi segundo hijo, y le dí las llaves de casa.
-Espero que vengas a echar un vistazo de vez en cuando: ya sabes, regar las plantas, retirar la correspondencia del buzón... Y en cuanto a tí, cariño -dije, mirando a mi hija que aún estaba tratando de averiguar por qué estaban allí-, espero que puedas cuidar de Alexander, mi pobre gato, hasta que vuelva.
-¿Volver de dónde, mamá? -preguntó James.- Desde que nos llamaste, has estado muy misteriosa.
-Me voy a Ecuador. Voy a colaborar con "Escuelas Sin Fronteras".
-¡ECUADOR! -sonó el grito de Amanda.- Pero ¿es que te has vuelto loca? No puedes hacer eso de la noche a la mañana...
-No es de la noche a la mañana -contesté.- Necesito sentirme útil y sé que allí lo seré.
-¿Haciendo qué? -replicó algo incrédulo Roger.- Mamá, tu no tienes estudios, no sabes nada de supervivencia...
-Allí puedo hacer cualquier cosa. Es tanta la ayuda necesaria que...
-¡Tienes 62 años, madre! -me interrumpió Amanda.- Ya no eres una cría.
-Sé que no soy una cría, pero tampoco estoy muerta -repliqué algo molesta.- Muy a pesar vuestro, según parece.
-¡Bueno! ¡Ya está bien, chicos! -calmó James.
-Pero es que no la estás oyendo... -intentó hablar Amanda.
-Sí, la oigo. Perfectamente, a pesar de tus gritos -le sermoneó a su hermana.- Y me parece que tiene muchas razones para sentirse molesta con nosotros. Hemos sido muy poco delicados con ella estos últimos meses.
-¡Vaya! ¡Al fin parece que alguién está de mi lado! -exclamé con alivio.
-Y tú, mamá... -continuó James mirándome fijamente.- No creo que marcharte a Ecuador sea la solución para esta situación. Sé que te hemos presionado mucho últimamente, pero... Comprende que no estaremos tranquilos teniéndote a miles de kilómetros de distancia.
-James, he tomado una decisión -anuncié.- Si no queréis cuidar de mi casa, mi coche y mi gato, no tenéis más que decirlo y buscaré a alguién que lo haga.
-¿Quién es ese tipo? -me preguntó Amanda al ver el recorte de prensa sobre la mesa.
-Vais a poder conocerlo en persona porque viene a recogerme.
-¡Qué amable de su parte, madre! -ironizó Roger.- Aún no has contestado a la pregunta de mi hermana.
-Es escritor, español, tiene cincuenta y dos años y lleva organizando este tipo de cosas hace una eternidad.
-Y se llama.... -sugirió James, que seguro iba a rastrear ese nombre por toda la red.
-Andrés Romero. Hablé con él hace una semana para ponernos de acuerdo. Vive cerca de aquí y se ofreció a recogerme para que hicieramos el viaje juntos.
-¿Te has echado noviete, mamá? -rió James.
-Podría, si quisiese -le seguí la broma. Pero no. Andrés Romero es sólo Andrés Romero.
Acababan de llamar y, antes de abrir la puerta, les advertí que no me avergonzaran haciéndole estúpidas preguntas a Andrés.
Durante el tiempo que éste estuvo en casa hicieron verdaderos esfuerzos por no acribillarlo a preguntas. Aún así, preguntaron.
-¿Es una zona peligrosa? -se preocupó James.
-No. Es un pueblo muy pequeñó. Allí estará en nuestra sede y el colegio, que acogerá también a niños de las aldeas vecinas.
-¿Cree que es un lugar adecuado para mi madre? -siguió Amanda.
-Señorita...
-Amanda -completó la aludida.
-Señorita Amanda, en esos lugares hay tanto trabajo que es lugar para cualquiera que quiera prestar su ayuda. No tendremos tiempo ni de pensar. Además, su madre es una mujer sorprendente.
-No lo dude -ironizó mi hija.- Lo cierto es que mis hermanos y yo estamos algo preocupados porque mi madre ya no es... Bueno, digamos que no da el perfil de cooperante.
-La mayoría de nuestros voluntarios superan los cincuenta años... Maestros de la vieja escuela jubilados.
-Eso más que una ONG es un hogar del pensionista -bromeó Roger.
-¡Roger, por favor! -le reñí.
-No importa, Edith. Estoy acostumbrado a estas reacciones. Quiero que entendáis que vuestra madre va a estar supercuidada; pero, a la vez, cuidará de gente que la necesita.
-Lo que mis hermanos tratan de entender es cuál será la función especifíca de mi madre -se animó James.
-Después de todo, sólo es un ama de casa -sentenció Amanda.
-¡Me duele tanto que seas tú quien suelte semejante tontería! -admití dolida.
-Vuestra madre es algo más que un ama de casa -dijo cambiando el tono de voz.- Lamento que no veais eso. De todas formas, quien decide finalmente es ella, ¿no?
-Tiene razón -admitió James.- Sólo un favor: cuide de ella.
Decidí que teníamos que salir de allí cuanto antes porque no los convenceríamos de nada. Sólo James se mostraba algo más comprensivo. Durante el vuelo casi ni abrí la boca, por lo que Andrés sospechaba, y no sin razón, que estaba preocupada.
-Esto es normal, ¿sabes? -me dijo tratando de calmarme.- Cuando cumples cierta edad, es como volver a la infancia. Tus propios hijos no te creen capaz ni de cambiar una bombilla.
-¿A tí también te ha pasado?
-A todos nos pasa, Edith. Es natural. Se preocupan por nosotros de la misma forma en que lo hacíamos cuando eran niños y se caían o lloraban en mitad de la noche.
-¿Sabes lo que más me duele? Creí que Amanda me entendería, que se pondría en mi lugar.
-No la culpes por ello -me dijo con una media sonrisa.- A veces les es difícil aceptar que tenemos una vida propia. Yo tengo cuatro hijos y aún no he logrado que ninguno de ellos visite uno de mis proyectos.
-¿A qué te dedicabas antes? -dije tratando de cambiar de tema.
-Era profesor de Lengua y Literartura en un instituto de Barcelona.
Pasamos hablando el resto del vuelo y, durante mi estancia en Ecuador, creo que hicimos muy buenas migas. Sin dobles sentidos ni nada que se le parezca.
Tres meses estuve en la escuela. Al principio sólo me encarga de organizar las clases y conseguir el material necesario. Poco a poco me fui adaptando al sistema de trabajo y ahora que ya me había convertido en una experta... Llegaba la hora de marcharme.
-¡Esto es horrible! -dije intentando no llorar mientras terminaba de recoger mis cosas.
-Lo sé, pero ya sabes que la organización nos obliga a limitaros el tiempo...
-... por la edad, lo entiendo. La maldita edad -protesté.
-No te lo tomes así, Edith. Dentro de otros tres meses, puedes volver... Si es que aún te interesa.
-Claro que me interesa -repliqué enseguida.- Van a ser los tres meses más largos de mi vida.
-Esto engancha, ¿eh? -se rió.
Andrés me acompañó al aeropuerto. Estuve a punto de volverme atrás cuando subía por la escalerilla para embarcar. No serviría de nada, me dije. Además, aunque jamás lo admitiese ante mis hijos, los echaba de menos.
Sabía con toda seguridad que James vendría a buscarme porque no había dejado de repetírmelo durante las tres últimas semanas. Y allí estaba. Lo sorprendente era que Amanda y Roger también. Se alegraban de verme.
-¡Mamá! -gritó Amanda.- ¡Dios, qué delgada estás!
-Estás preciosa, mamá -me dijo James dándome un beso.
-¿Qué tal ha ido todo? -fue lo único que preguntó Roger.- ¿Estás cansada?
-Sí, mucho, hijo. Pero es por los vuelos. ¿Y los niños?
-Están en casa -informó Amanda-, deseando ver a su abuela.
-Yo también los he echado de menos.
Durante las semanas siguientes, mis hijos oyeron y compartieron mis aventuras. Si no fuese por su inicial reticencia, diría que parecían orgullosos.
James y yo estabamos preparando algo de comer en la cocina, mi hijo pequeño siempre había sido un cocinitas, mientras charlábamos animadamente.
-¿Cómo que un jeep, mamá? -se sorprendió James, desplegando esa preciosa sonrisa que había hecho millonario al dentista-. Si ni siquiera te aclaras con tu viejo Chevy.
-Aquello es diferente, James. Definitivamente, nosotros vivimos en un mundo completamente distinto. Es una experiencia que te marca...
-Pero pareces feliz.... No, no, serena. Ese polémico viaje, a pesar de todo, te ha dado serenidad.
-¿Puedo confiarte un secreto? -le miré mientras se sonreía. Le encantaban estas cosas y yo lo sabía.- Aún no se lo he dicho a tus hermanos porque quiero disfrutar de ellos tanto como sea posible antes de que vuelvan a la carga, así que...
-¡Dispara!
-Voy a volver allí. Y no estoy segura de para cuanto tiempo. Quiero intentar conseguir un permiso más largo. ¿Crees que estoy loca?
-Creo que esto te hace feliz. Y no sé si el señor Romero tiene que ver algo con ello.
-¡Oh, James! -le dije mientras me abría paso hacia el salón.